Párrafo extraido del capítulo 1 de «ALQ».
La primera impresión que me pasó por la cabeza cuando ví el tráfico de Cairo fue – estoy en la perfecta expresión del CAOS-; Yo estaba equivocado, pero aún no lo sabía. Aparentemente no importa si llevas un coche, un autobús o una bicicleta; las pautas de comportamiento son las mismas para todos: Se circula a gran velocidad siempre que se puede, serpenteando entre los huecos de los carriles (aquí las lineas pintadas son simbólicas) con las luces largas y pitando todo el tiempo; Se evita frenar si antes se puede pitar o dar un volantazo; como no existen semáforos y los que hay rara vez funcionan, al llegar a un cruce se aplica el mandato de «sálvese quien pueda»; De vez en cuando se ven policías de tráfico pero no se sabe muy bien en qué consiste su aportación positiva (ya hablaremos de la otra). El panorama se torna más excitante de noche o cuando hay peatones temerarios cruzando las calles (todos los son); los animales, las carretas y los puestos de comida ambulantes son susceptibles de encontrarse en medio del camino. En caso de formarse un atasco, circunstancia harto más que probable, no será necesario hacer nada especial más que pitar sin tregua, esperando que los nuevos vientos, la física elemental o la Providencia se encarguen de sacarte de ahí.
Ahora pintemos un escenario hipotético. Cojamos el mismo número de coches, camiones, burros y bicicletas y pongámoslos a circular en nuestra ciudad, sin semáforos, sin policías y con peatones cruzando cuando les venga en gana. ¿Qué pasaría? pues que entonces y sólo entonces SÍ estaríamos presenciando La perfecta expresión del CAOS. En El Cairo ese escenario sucede cada segundo y todo funciona, las reglas son cien veces más flexibles y creativas que las nuestras. Se trata de un COSMOS, no de un CAOS.
Despues de media hora presenciando folklorismos del tráfico local, el chofer empezó a circular mucho más despacio buscando algún tipo de referencia visual o de ayuda cósmica; en vista de que lo primero no llegaba, decidió probar fortuna con los viandantes de aquel barrio. Después de varios desafortunados intentos, le sugerí que se acercara hasta un Kiosquero, suelen conocer bien su barrio. La idea fue buena, pero ahora resulta que mi querido conductor me dice que ese hotel no es bueno, que él conoce un hotel de 4 estrellas infinitamente mejor. Hace un minuto no sabía cómo llegar y ahora me está hablando mal de mi Hotel. Mmmmmm se te ve el plumero Baldomero….
Entramos en aquella callecita de barrio residencial donde se apreciaba mucho movimiento de personas, comercios abiertos a esas altas horas, vendedores ambulantes, gente sentada en terrazas de cafeterías fumando su pipa. Me gustaba, y además aquel iba a ser mi barrio por unos días. Me despedí de mi chófer deseándole mas suerte en su próxima actuación y entré en el hotel Windsor, un antiguo edificio de principios del siglo XX que en sus años mozos sirvió de residencia de oficiales británicos. Desde fuera el edificio tenía cierto aspecto descuidado y mugriente pero podía apreciarse el toque elegante en su arquitectura. Parecía que el tiempo, o las ganas de invertir en él, se habían congelado: Un ascensor de madera accionado por palanca, mobiliario original de la época, cuadros y posters descoloridos, su centralita de teléfono de clavijas y un largo etcétera le conferían un aire romántico y acogedor.